3 feb 2013

Haitón

2013
















Mamá solía contarme la historia de cómo papá y ella se habían conocido: «Una noche el pobre hombre estaba acostado en su hamaca cuando de pronto cayó una tormenta y el techo salió volando con él enganchado; despertó al otro día en La Sierra, metido en el alambique de mis papás... Apenas lo vi me enamoré, fue como un flechazo. Luego me trajo a Coro y naciste tú».
     Ah, cómo me gustaba esa historia.

     ***

     La única posesión de valor que teníamos, a parte de nuestra achacosa casita, era un viejo Apache ‘56 con el que papá y yo subíamos a buscar natilla para la venta. ¡Más sabroso! Todos los fines de semana mi mamá se encomendaba al Señor y nos íbamos a La Sierra a disfrutar de aquel maravilloso paisaje falconiano: cardones, pequeñas capillas a orilla de carretera, Harley Davidsons y toda esa gente labriega de por esas partes, Taratara, Mapararí…
     Recuerdo que estando por Curimagua, allá en el Haitón, contemplé con fascinación aquel profundo abismo y pensé: «si empujara a papá ahí dentro seguramente nadie lo encontraría».
     Jamás creí que llegaría hacer algo… algo tan terrible.

R.