20 nov 2012

La Gran Atrapada

2012

Después de Crónica de un sueño (1998), por fin un nuevo corto:
"La Gran Atrapada". ¡Que lo disfruten!


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Realizado por:

ACOSTA, Fernando
DE LEÓN, Gleudy
DÍAZ, Ricardo
YARAURE, Nery
ZAVALA, Carol

Teoría y práctica de Cámara e Iluminación
TSU Artes Audiovisuales (II Trismestre)
UNEFM

R.

9 nov 2012

Desde el Invierno (2da parte)

 2012


Retomando este intento de relato infantil:


Lee la primera parte AQUÍ


«¿Estoy en el cielo?» se preguntó la niña al despertar. A su lado, cerca de un agradable fuego, halló a su madre, inmóvil, muerta. Sollozante se abrazó a aquel cuerpo rígido, pero enseguida unas enormes manos la asieron por los pies y la apartaron. Cuando alzó la cabeza para mirar al Gigante reprimió un escalofrío. «Hija mía —le habló su madre en sueños—, hace muchos años existió un hombre tan enorme, pero tan enorme, que la gente vivía temerosa de él, le creían una especie de bestia hostil, un ser diabólico que arruinaba las cosechas y maldecía a sus primogénitos. Resueltos a deshacerse de aquel mal, las autoridades levantaron un gran patíbulo en medio de la aldea para colgarlo; pero aquél hombre era tan alto y pesado que cuando el verdugo abrió la compuerta para que cayera, toda la estructura colapsó. Enfurecida, la turba condujo al condenado hasta el corazón del bosque y allí lo dejaron caer desde el árbol más alto; pero con el tirón de la soga las ramas se partieron. Frustrados, los pobres aldeanos no tuvieron más remedio que perdonarle la vida: “Vete Gigante, vete y no vuelvas jamás”». Afuera hacía un frio terrible. El Gigante sacó el cadáver de la madre y lo acostó en la nieve. «No hará falta sepultarla —dijo con aquella voz gutural—, la tormenta lo hará». Antes de volver a la cabaña hurgó entre las ropas de la muerta y halló la bolsa con monedas que ésta celosamente guardaba. Enseguida se volvió hacia la niña: «ve adentro, yo iré por comida». Luego tomó el hacha y desapareció en la espesura del bosque. La chiquilla pensó que aquel “abominable hombre de las nieves” jamás regresaría, pero sí volvió y ni esa noche ni el resto del invierno faltó alimento. En gratitud, la pequeña limpió y cocinó para su insólito benefactor. No obstante éste parecía estar siempre enfadado, siempre con esa dura mirada y aquel severo tono de voz. «¿No te resulto encantadora? —le preguntaba ella, sin dejar de mirar los enormes brazos del Gigante, su espeso pelaje, la horrible cabezota—. Háblame de ti». «No hay nada qué contar —respondía él—, vivo aquí, es todo». A pesar de la hostilidad, compartir el hogar junto a aquel ser de fábula fueron los momentos más increíbles que la jovencita podía recordar. Una tarde, sin embargo, mientras curioseaba entre las cosas del Gigante, la pequeña halló la bolsa con monedas que había pertenecido a su difunta madre. «Dime, Gigante. ¿Si no has gastado este dinero en comida, de dónde has sacado el alimento?» le preguntó ella, a lo que él respondió: «Nos hemos estado comiendo a tu madre». Y así, niña y Gigante vivieron juntos en los confines de aquel bosque encantado. Hasta que un día emergió de entre los árboles el perverso Coronel, un cruel villano que se había aprovechado de la guerra para su propio beneficio. Aunque la enfrenta había cesado meses atrás, terribles injusticias seguían ocurriendo por aquellos parajes: saqueos, matanzas… «Esta tierra, embriagada con la sangre de mis soldados, también aprenderá a obedecerme» se jactaba de decir el criminal. Y es que sus victorias en batalla le habían ganado el respeto y la admiración de sus hombres; no obstante éstos huyeron despavoridos ante el colosal “Yeti” que les salió al paso (hacha en mano) en medio del bosque. «¡Saludos, Gigante! —exclamó el Coronel, ataviado en su rutilante uniforme militar—. Hace meses fue asaltada y quemada una mansión muy cerca de aquí; por desgracia sus ocupantes, una mujer y una niña, huyeron por este condenado bosque sin fin. Dime, buen Ogro, ¿las has visto?». El Gigante cerró su puño en torno al hacha y miró al hombre como si quisiera partirlo en dos. Lo conocía, aquél era uno de los que una vez quisieron ahorcarlo. Impaciente, el Coronel desenfundó su arma y ¡¡BANG!! Tras el disparo se escuchó un grito proveniente de la cabaña. La puerta se abrió y la niña salió corriendo en pos de su amigo herido. Cuando sus pequeños ojos se cruzaron con los del perverso Coronel súbitamente retrocedió, lo conocía, sabía perfectamente quién era aquel hombre vil: «Padre».

(Fin de la segunda parte. Desenlace en la tercera)

R.