10 ene 2011

Desde el Invierno (primera parte)

2010

















"Desde el Invierno (primera parte)"
Cátedra de Papel Nº 6 - Coro, diciembre 2010

Relato Infantil.

Ilustración: Héctor Martínez

En un tiempo donde la guerra y el invierno amenazaban con devastar cada pueblo de aquellos parajes, dos figuras, asediadas por el recuerdo de un hogar devorado por las llamas y por el sonido de unas pisadas acechándoles las espaldas, se abrían paso a través del bosque. Aquél era un lugar frío, horrendo, lleno de maleza y de profundos acantilados. Entre más avanzaban más denso e impenetrable éste se hacía. Debían huir más lejos, más aprisa. La niña, fuertemente aferrada al brazo ensangrentado de su madre, sentía cómo sus piernas se iban debilitando. Sus faldas, cada vez más pesadas, arrastraban la nieve al andar. A cada paso se hundía más y más. El frío atravesaba la carne y penetraba los huesos, torturándola. La niña no entendía por qué su madre la había despertado en mitad de la noche para huir hacia el bosque. Algo muy malo debió haber ocurrido para adentrarse en ese lugar. Aquello de lo que intentaban escapar debía ser, sin duda, mucho más terrible. Finalmente, débil y exhausta, cayó de bruces en la nieve y la mujer cayó junto a ella. Rodaron por una ladera y quedaron sepultadas bajo el hielo. Penosamente lograron arrastrarse hasta una roca y allí, en completo silencio, madre e hija se abrazaron a la espera de la fría e inevitable Muerte. La cruenta nevada no cesaba. Ninguna resistiría mucho tiempo bajo aquellas adversas condiciones. Si la tormenta no las mataba, al amanecer los lobos se harían cargo de ellas. La madre, antes de desfallecer, envolvió a la niña entre sus brazos con la esperanza de evitar el congelamiento. La pequeña cerró los ojos e intentó dormir, o al menos recordar cómo hacerlo. Cada noche al ir a la cama su madre le relataba historias fantásticas sobre seres mágicos que incitaban a soñar: «el bosque es un lugar peligroso, hija mía. En él habitan cualquier tipo de criaturas terribles: lobos, brujas perversas, gigantes; todos dispuestos a devorar a aquél que ose aventurarse en sus dominios». De repente el eco de unas pisadas apartó a la niña de sus pensamientos. Abrió los ojos y vio una enorme figura junto a ellas. «¡Un Gigante!». Aquello era similar a un gran oso, todo cubierto de espeso pelaje. El “oso” se inclinó sobre la malograda madre y tanteó su brazo. Luego la miró a ella. La niña intentó moverse, pero su cuerpo estaba completamente entumecido. Quiso gritar pero sus cuerdas vocales se habían congelado. «No nos coma, señor Gigante» musitó y enseguida cayó en un profundo sueño.


R.