3 feb 2015

Edén: Coro (Capítulo I)

2014

Todo eso está muy revuelto, por ahí pa’rriba.
No se habla sino del fin del mundo que ya y que se acerca.
Y no es para menos, con tanta maluqueza que se comete en la tierra.

Cantaclaro, Rómulo Gallegos

Intro

     Arena hasta donde alcanzaba la vista. A la gente como le gustaba este paisaje hostil, el sol, el calor, el viento que pica… ¿Habrá algo más sabroso que rodar cuesta abajo por Los Médanos y llenarse el culo de arena?

     A lo lejos, entre las dunas de aquel estéril y post-apocalíptico desierto de Coro, el sonido de un tanque de guerra se dejaba escuchar.
     BBBBRRRRRRR… ¡CRASH! ¡TRASH!
     Bajo sus poderosas orugas la carrocería de un antiguo auto volador quedó aplastada; un robot y un fósil de lavadora hechos añicos; chatarra tecnológica pulverizada.
     BBBBRRRRRRR… ¡CRASH! ¡TRASH!
     Dentro del vehículo, los dos tripulantes debían hablarse a gritos para oír sus voces por encima del ruidoso motor:
     —¡Párame bola! —exclamó la última mujer del planeta—. Te digo que no queda casi nada de Falcón. Todo lo que había del “cuello” para arriba está bajo las aguas; de ese mar infestado de krákenes apenas sobresalen los mechurrios y la puntica del cerro Santa Ana… Ignoro qué fue lo que pasó, solo sé que ese día de la inundación yo traía a mi viejita agarrada por una mano y el agua me la jaló; «¿para dónde vas má?» le grité, y cogió para allá abajo…
     BBBBRRRRRRR… ¡CRASH! ¡TRASH!
     El blindado armatoste esquivó un escarabajo monstruoso y casi se lleva por delante el Monumento a La Madre, un triste recuerdo de aquellos fértiles años que ya jamás volverían.
     —¿Que qué pasó? —preguntó consternado Indio Lenon, compañero de viaje y última estrella de rock del planeta—. Pues pasó que el Señor, enfadado, envió desde el cielo un meteoro a destruirnos; pero no hubo tal fin del mundo, nooo, eso hubiese sido demasiado piadoso, sobrevivimos; aunque lo peor vino después cuando comenzaron a morir las mujeres. Al principio solo hubo cierta escasez; luego proliferó una depredación sexual que terminó convertida en norma social. Algunos hombres, dueños aún de su honra y cordura, defendieron a sus hijas y hermanas hasta la muerte. Otros no.
     El tanque sorteó los restos del Parque Ferial y se enfiló por la desquebrajada avenida Independencia. La sobrecogedora paz atómica que les recibió en Los Tres Platos los turbó. De no haber presentido el peligro se habrían bajado a tomar fotografías.
     —En fin —prosiguió el Indio, ya más calmado—, un día la humanidad despertó de su locura y vio que entre las pocas criaturas que aún poblaban este planeta no había ninguna mujer. Entonces el hombre lloró, desconsolado comprendió que estaba solo. Y peor aún, que sin descendencia su extinción era algo inminente.
     Piano a piano continuaron el safari. Coro ardía bajo aquel abrasador fuego solar. La fauna mutante y los eternos cardones que nunca dejaron de reclamar sus derechos ocultaban de a poco los restos de aquella extinta urbe de barro. No obstante, entre el caos de espinas y vigas retorcidas aún se apreciaban atisbos de civilización: anuncios de bebidas refrescantes y vieja propaganda electoral; Manaure, el gran Caquetío, ya no ofrecía alimento a los visitantes, su brazo amputado yacía inerte ante sus propios pies; de aquel centenario Arco de la Federación, demolido y erigido media docena de veces, finalmente no quedaba rastro; más adelante, en la esquina Trébol, un viejo pigmeo seguía vociferando: «¡La vida! ¡La vida! ¡Llévate la vida!».


Incluída en "Niños, meteoros y otros causantes el fin del mundo".


R.