27 dic 2014

Desde el Invierno. 3ra parte (final)

2014

Finalizando este intento de relato infantil.


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Un crujir de ramas hizo despertar a la joven. «¿Dónde estoy?». Lentamente se irguió sobre la cama y encendió la lámpara. Con el sueño aún en sus ojos, observó la habitación de su difunta madre. La última vez que estuvo allí tan solo era una niña. «Aún me aferro a la esperanza de volverte a ver, hija mía» había escuchado en sueños. Fue entonces que el episodio, aquel que mucho tiempo permaneció bloqueado en su mente, resurgió para revelarle toda la verdad: «¡Si te atreves a tocarla juro ante el Señor que tus ojos no volverán a ver un nuevo amanecer!» escuchó gritar a su Madre aquella noche fatídica. Hubo un forcejeo. Un disparo. ¡Fuego! Más tarde madre e hija huirían a través del bosque dejando a sus espaldas un hogar en llamas. «El bosque es un lugar peligroso, hija mía. En él habitan todo tipo de criaturas terribles». ¡¡BANG!! La puntería del Coronel resultó demasiado certera. El gigante se apretó el pecho con fuerza y cayó sobre la nieve. La niña corrió desde la cabaña hasta los brazos de su amigo. Éste, agonizante, contempló con amor aquel pequeño rostro, un dulce rostro enmarcado por largos cabellos rubios que caían suaves por sus hombros desprendiendo un gratificante aroma a hierbas y a flores. «Volveremos a estar juntos, pequeña» le dijo antes de cerrar los ojos. La ventana se abrió de golpe y una fría ventisca penetró en la habitación. Descalza, la jovencita corrió a cerrarla y al asomar la cabeza lo vio. «¡Tú!». Sí, ahí estaba, oculto entre el follaje. Inmediatamente tomó su abrigo y bajó las escaleras. En el salón, sentado plácidamente frente a la chimenea, halló a su padre, el Coronel. Éste giró la cabeza como un búho y se le quedó mirando. A pesar de su evidente envejecimiento, de las mejillas chupadas y las cuencas de los ojos hundidas, aún conservaba aquella imponencia que siempre lo caracterizó. «Sabía que retornarías al hogar, hija mía» le dijo. Luego avanzó lentamente hacia ella. Cuando la tuvo enfrente alzó el hacha que traía entre sus manos y… ¡ZAS! Chorreante, la pequeña cabeza rubia voló por el salón y se estrelló en la chimenea, consumiéndose en el fuego. Al cruel villano le gusta asegurar que el hachazo fue tan potente que pulverizó a la niña en el acto. Como sea, ya no importaba, la maldad, una vez más, había vencido. La luz del bosque comenzaba a cambiar. El amanecer iba tiñendo de rojo el firmamento. Y en el jardín secreto, allí donde enterraron a su Madre, donde las estrellas parecían brillar más que en ningún otro lado, la niña y el Gigante volvieron a reunirse.

FIN


R.

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